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Sr. Don Pablo Iglesias
Querido amigo: Ha llegado el momento de la generosidad, de reconocer a cada cual el mérito que le corresponde. El vuelco histórico de nuestro país hacia la izquierda tiene muchos factores que ya han sido analizados aquí y allá (la corrupción, la indignación, el hartazgo, la vitalidad popular, etc.) y tiene numerosos protagonistas, ya sean individuales (Ada Colau, Carmena, Mónica Oltra, Julio Ferreiro, Martiño Noriega), pero sobre todo colectivos: mareas, asambleas, plataformas, soviets. Todos ellos, y especialmente ellas, comparten la responsabilidad de este tsunami político de largo alcance.

Pero, sin menoscabo del mérito popular y colectivo, observo que se oculta deliberadamente al verdadero forjador del triunfo podemita, a la persona a la que de verdad deben usted y Podemos su triunfo irrevocable: me refiero al topo de Podemos en la Moncloa.

Ha trabajado muy discretamente, en la sombra, callado, con escurridizas ausencias, apenas enturbiadas por distraídas apariciones en plasma, pero, reconozcámoslo, señor Iglesias, ha trabajado con gran eficacia. Allí por donde iba les ha ido dejando un reguero de asaltos al cielo que ustedes no habían soñado ni en la mejor de sus fantasías erótico-monclovitas.

Unas cuantas visitas a Valencia, proclamando a Rita Barberá como su modelo y ejemplo (“la mejor”, proclamó, hay que tenerlos cuadrados), bastaron para hundir el carcomido barco pirata del PP valenciano: un par de mítines de perfil sonaron como cañonazos en la sentina donde Camps y Rus cuentan billetes, y un olor a mierda se esparció por toda la cubierta.

Acudió no una, sino media docena de veces a Castilla-La Mancha y los molinos de viento de Cospedal enloquecieron al ritmo rapero de Monago, otra cabeza que Él, el topo de Podemos, les ha servido en bandeja.

En Madrid hizo un trabajo espléndido poniendo las reliquias de Esperanza Aguirre, como una nueva Santa Teresa en su V centenario, al frente del convento. Sin quitar un gramo de mérito a la extraordinaria alcaldesa que será Manuela Carmena y a su equipo, su perfil educado y sosegado jamás habrían encontrado tanto hueco sin la campaña entregada y frenética que les regaló Esperanza Aguirre, gracias todo ello a la visión profética del topo de Podemos en la Moncloa. Reconócelo de una vez, Pablo: ha sido él quien os ha regalado la alcaldía de Madrid.

En Galicia fue más sutil: encargó el trabajo sucio a Feijóo, ese líder emergente, que en un plis-plas se merendó las alcaldías de A Coruña, Ferrol y Santiago y tres diputaciones, entregándolas a las mareas prosoviéticas. ¡Qué gran trabajo, qué modelo de voluntariado social en la sombra!: el topo de la Moncloa como arma de destrucción masiva del PP. Ni siquiera Floriano o Rafael Hernando podrían haberlo hecho mejor.

Señor Iglesias, repita conmigo: “Tenemos un topo en La Moncloa”, pero no desvele su nombre, aún le queda mucho trabajo por hacer hasta noviembre. Cuídenlo, mímenlo, protejan a su espía, a su Hacedor. Sin su valiosa ayuda jamás conseguirán la victoria popular en las próximas elecciones generales que, modestamente, pronostico y deseo.

@ValentinCarrera
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