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Se supone que todas las campañas son distintas, que cada una tiene sus circunstancias, sus 11M, sus imprevistos, su entrada en campaña de ETA o de la guerra de Irak y otras iracundias; pero ésta de 2011 está siendo una campaña más distinta que cualquiera de las anteriores vividas en democracia, si es que puede ser así, quiere decirse, si es que se puede ser “más” distinto. El tsunami del PP está descontado: no hay una sola encuesta o sondeo que lo contradiga; cualquier resultado diferente al pronóstico unánime obligaría a una refundación en profundidad de la ciencia demoscópica que, no siendo exacta, es una disciplina consolidada. Tan consolidada como la victoria cantada del PP, que ya casi nadie discute será por mayoría absoluta. Ahora la discusión está entre absoluta y absolutísima. Todos los sondeos del domingo ahondan en la herida socialista y se multiplican los sinónimos: desplome, brecha, tocar suelo, morder el polvo, mínimo histórico, arrase, izquierda testimonial.

Hace tiempo que en los cuarteles socialistas apenas se habla de remontada: más que histórica, sería milagrosa. Pero ni Fátima ni Lourdes tienen el voto bendito que Rubalcaba pedagogea puerta por puerta. Solo falta que IU multiplique por tres sus escaños y el veterano Llamazares le coja la medida a una oposición que se avecina muy repartida. Malos tiempos para el PSOE. Y malos tiempos para Europa. Ya hay dos democracias –Grecia e Italia- secuestradas de facto, con gobiernos de economistas designados desde Bruselas y Berlín. Gobiernos que no se han presentado a unas elecciones, que no han sido votados, que van a ejecutar sus programas, decididos en el BCE y en el Bundestag, a espaldas de griegos e italianos.

Un tercer gobierno europeo caerá el 20N, el de España, con el matiz sustancial de que aquí decidirán los votos: “ganaremos limpiamente” proclama Alberto Núñez Feijóo. Nada que objetar a la previsible victoria del PP. Pero todos sabemos que, de no haber sido por estas elecciones obligadamente anticipadas, el eje Berlín-Bruselas también habría impuesto su gobierno títere en España. No le hizo falta, porque ya Zapatero “hizo los deberes” y ahora le endosa la factura a un sucesor imposible. La historia juzgará si Zapatero fue un magnífico presidente, que supo quemar las naves en las circunstancias más difíciles, o un kamikaze -como diría Amaral, “ha elegido caminar hacia lo salvaje”-, sumiso a la Banca, que arrasó la izquierda y franqueó el paso a la derecha para la próxima década.