El Día de Difuntos, ante la lápida de mármol blanco, sintió que el tiempo pasa implacable para todos, menos para los muertos: pronto se cumplirían cincuenta años de la muerte de la abuela María y todo su mundo se había derrumbado lentamente, polvo eres, salvo los recuerdos felices que el nieto conservaba nítidamente en la memoria, más polvo enamorado.
De entre aquellos recuerdos, el nieto bienamado había querido conservar un único objeto de la casa materna, el viejo arcón de nogal donde la abuela guardaba sus secretos inocentes: lienzos de algodón y lino, una colcha bordada y un libro de Santa Genoveva de Brabante.
Cuando el nieto fue mayor de edad, preguntó uno por uno a todos sus primos y hermanos: nadie quería o podía llevarse aquel arcón de casi tres metros de largo por uno de ancho. No cabía en ningún piso de ciudad; además, había que transportarlo y pesaba lo suyo, limpiar a fondo la suciedad de cien años acumulada, sanear las polillas y carcomas, encerarlo, devolver a la madera la dignidad perdida, la dignidad del recuerdo, de la memoria encarnada en aquel viejo objeto sin otro valor que el de poder decirle algún día a sus hijas con orgullo: —Este es el arcón de vuestra bisabuela.
Una fuerza cruel e insensata se interpuso entre el nieto y el pesado arcón de nogal: a veces, sin que sepamos las razones, el destino es caprichoso. Cuando vemos cómo se enrocan posiciones políticas, cómo se atrincheran entre vecinos o entre hermanos muros de silencio, cómo se alzan castillos de miedo, ¡cómo no sentirse ignorados, despreciados, abofeteados por el destino!
Habían pasado cincuenta años desde la muerte de la abuela María cuando el nieto herido regresó al viejo caserón abandonado y en ruinas aquel Día de Difuntos. Entró tembloroso en el cuarto de la alacena, donde yacía muerto el arcón de la abuela que el destino le había negado y alzó con infinito cuidado la tapa. En ese preciso instante la madera carcomida por la humedad y el tiempo se derrumbó y su infancia quedó para siempre convertida en polvo.
Polvo serás, más polvo enamorado.
Foto: Anxo Cabada
La Nueva Crónica, 2 de noviembre de 2014