Tengo un amigo que escogió el oficio de recitador de versos y anda por los fríos teatros del Bierzo, en cuyos camerinos destartalados las colillas de una compañía de actores aguardan la visita del mismo elenco al año siguiente.
Le ha dado a este amigo la manía de recitar poemas a todo el que se deja, ya sean bachilleres expertos en iPhone, damas maduras, jornaleros jubilados o doncellas en flor. Los sienta en el patio de butacas y les da unas tundas de no te menees con estrofas románticas, asonánticas y consonánticas.
En su casa, este inconsciente recita versos a la resignada mujer y a tres sufridas hijas; las acostumbró en la cuna a escuchar que era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres vasijas y las tapó con pez, ¿quieres que te lo cuente otra vez?, y las tres princesas alisandras oyen los romances de la violeta con cara de mucho interés y ponen los ojos muy grandes cuando el rey insiste: “¿Queréis que los recite otra vez?”.
El insensato va a los recitales enfundado en elegante camisa negra, sobre el pecho flores pintadas a mano por la paciente esposa; el resto del poema, también tatuado por ella en la piel. No le importa que haya fútbol, procesiones o granizo, él sabe que la poesía mueve montañas y arrebata multitudes. Anoche se formó un tumulto en la culta ciudad de Ponferrada, largas colas de fans de la poesía aguardaban ante el teatro abarrotado, familias enteras con bocadillos y fiambreras, como en San Fermín.
Tras el recital, mi amigo se despidió de las multitudes enfervorizadas y caminó por la ribera de las huertas del Sacramento, a orillas del Sil. Una anciana enlutada, de chepa corva y nariz aguileña, la bruja piruja de Hansel y Gretel, empujaba un carrito de basurillas. Viendo a mi amigo con unos libros bajo un brazo y en el otro una percha con su atuendo de poeta, dijo la menesterosa:
—¡Eh, señorín! ¿Eso que lleva ahí es pa tirar?
Mi amigo comprendió que había llegado el momento de cambiar de oficio:
—Tome, le doy mi traje de gala y mis libros a cambio de su carrito.
—No me interesa el trato –dijo la anciana, siguiendo su camino- Perdone si le molesté, eh, señorín.
La Nueva Crónica, 27 de abril de 2014