Imagine usted que tiene unos ahorrillos en el banco a plazo fijo, lo cual no deja de ser una osadía. Imagine que los tiene al 1%, o al 15% si es en Hong Kong como diría Sousa, rentando de lunes a viernes; pero todos los viernes a las 20 h. se pasa por ventanilla, los retira y los guarda en el colchón hasta el lunes por la mañana, de manera que durante el fin de semana, las cincuenta y dos semanas del año, sus ahorros sean improductivos.
¡Qué disparate!, se dirán ustedes, eso no lo hace nadie. Pues eso es lo que hacemos todas las semanas del año con miles de inversiones públicas, fruto de nuestro ahorro, como escuelas, guarderías, pabellones, centros sociales o bibliotecas que sistemáticamente cierran los viernes a la caída de la tarde, o el sábado a mediodía, y si te he visto no me acuerdo.
Ya hace tiempo vengo postulando la conveniencia de implantar las librerías de guardia y las bibliotecas Open24h., tan necesarias como las farmacias de guardia, pero este Gobierno irresponsable no me hace caso. Tienes una urgencia a las tres de la mañana, qué se yo, te entra un apretón de leer a Pérez Reverte y no sabes a dónde ir. Las bibliotecas de guardia son un derecho que debiera estar consagrado en la Constitución junto con la indisoluble unidad de la patria.
En la ciudad donde vivo, Compostela, hay una biblioteca de lo mejorcito; nos costó una pasta, como el aeropuerto de Labacolla, que supera al de Frankfurt, pero tiene menos vuelos que el aeródromo de Fabra en Castellón. A lo que vamos: la biblioteca pública Ánxel Casal, como otras muchas, cierra los fines de semana, cuando la gente que trabaja de lunes a viernes podría ir a leer el periódico, ver una peli, estudiar inglés, e incluso a coger un libro: sí, hay gente que tiene esos vicios.
Sin embargo, los horarios de las bibliotecas son tan estúpidos que una persona “normal”, un ciudadano que trabaje en su oficina de 10 a 2 y de 4 a 8, nunca en su vida podrá disfrutar del préstamo de libros y películas. Pero ni al Ministerio de Cultura (¿aún existe?) que la pagó, ni a la Xunta de Galicia que la administra, les importa un bledo que sus bibliotecas, que no son suyas sino nuestras, estén cerradas el fin de semana. Es patético ver a los adolescentes sentados fuera en el suelo, al ventimperio, para chupar la wifi, y el magnífico edificio pagado por todos, cerrado a cal y canto, con sus recursos tan ociosos como si usted sacara su dinerito del banco de viernes a lunes.
Cualquiera que trabaje -aún quedamos 16.823.200 ocupados-, está directamente excluido de estos centros. Si la conciliación familiar es un lujo al alcance de rentas altas, la simple conciliación laboral para ir un rato a la biblioteca, es una quimera. Pero fíjense ustedes qué maravillosamente bien se concilia el horario de los partidos de fútbol todos los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos. Ahí sí que se nota que tenemos un Gobierno y una sociedad sensibles.
Todo esto ocurre a diario y sería fácil de resolver con un turno laboral de fin de semana, ¡como si no hubiera bibliotecarios en paro necesitados de hacer unas horas! Ni siquiera se gastaría más en luz porque muchos centros públicos están día y noche, abiertos o cerrados, con las luces encendidas. Bastaría un poco de querer, de voluntad, de pensar en los costes sociales ocultos que soportamos cuando nuestros hijos el sábado y el domingo no pueden ir a la biblioteca ni al centro social porque están cerrados, pero se abren a su antojo y a nuestro bolsillo miles de bares, pubs y discotecas que, esos sí, están verdaderamente atentos a la jugada. ¡Feliz Halloween!
Foto: N. Feans
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