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Ir contra corriente es muy duro, pero a este blog venimos a pensar, a compartir ideas incómodas y a llevarle la contraria al sistema. Para masajes, peloteos e inconsistencias, vayan ustedes al Parlamento o a las ruedas de prensa de los consejeros que predican la buena nueva, a sabiendas de que ellos no pagan la fiesta.

Su buena nueva es crecer, crecer y multiplicaos, desarrollo, nuevos puestos de trabajo, más chimeneas humeantes, millones de subvenciones en vísperas electorales, un chorro de felicidad para nuestros queridos prejubilados.

No, señores Presidentes de Castilla y León, de España, de Europa y de Corea del Norte: no necesitamos crecer; lo que este mundo necesita es Decrecer, y lo escribo con mayúscula porque los neoliberales sois especialistas en torcer las palabras, “crecimiento negativo”, “anticipo en diferido”; o cambiar las cosas de nombre: “emprendedor” (joven en paro emigrado a Alemania sin expectativas de retorno), “biomasa” (basura y residuos urbanos indiscriminados, incinerables), “crecimiento” (contaminación, destrucción del entorno, consumismo, infelicidad). El diccionario del neolenguaje liberal es completito, pero les falta un verbo: Decrecer.

Sí, anoten esta palabra-proyectil con mayúscula: Decrecer. Verá usted, don Presidente de la cosa nostra: el planeta en el que vivimos es finito, limitado, esto lo podría entender hasta Corcuera; por consiguiente, no podemos crecer y crecer sin límites, como en las últimas décadas, porque antes o después los límites reventarán y estallará la bomba energética, el caos climático, la desertización, la destrucción de la biodiversidad.

Crecer, en un entorno de consumo brutal, significa agotar las fuentes energéticas, contaminar tierras, ríos y mares, convertir el aire limpio en polución, gases tóxicos, enfermedades y muerte. Crecer, en el modelo del capitalismo salvaje, significa destrucción, enfermedad, desigualdad, un suicidio colectivo.

La alternativa es Decrecer: aprender a vivir con menos (menos zapatos en cada armario, menos kilómetros recorridos por cada coche, menos basura en cada portal, menos libros para reciclar, menos árboles cortados, menos toallitas, menos lavadoras con lejía o detergentes).

Este blog no se llama “Lo pequeño es hermoso” por azar, sino como homenaje a uno de los padres de la ecología, Schumacher, a quien debemos conceptos de calidad de vida, simplicidad. Los mercados nos trasladan conductas insaciables: acabamos de salir del Halloween, todos a comprar telarañas, entramos en el Black Friday, todos a sacarle brillo a la tarjeta de crédito, y nos despeñamos por el abismo de la Navidad. El alud publicitario que se nos viene encima solo tiene un remedio: apagar la tele hoy mismo y no volver a encenderla hasta el 8 de enero de 2018, o de 2020, eso ya lo escoge usted.

Consumismo y crecimiento son dos caras de la misma moneda —da igual dólar, euro o yen—, crecemos para consumir, trabajamos para gastar, gastamos para seguir gastando. Todo ello es ajeno a ideas elementales de felicidad, bienestar y algunas otras cosillas que no se compran con dinero: lo que Julio García Camarero llama “Ser feliz con menos”. En vez de consumismo, consumo responsable; en vez de competitividad, cooperación; en lugar de monopolios, cooperativas solidarias.

García Camarero es uno de los principales teóricos españoles del Decrecimiento: les invito a visitar su blog Decrecimiento feliz o leer su libro El Crecimiento mata y genera crisis terminal, con prólogo de Carlos Taibo. Otros autores imprescindibles del movimiento decrecionista son Serge Latouche, autor de La sociedad de la abundancia frugal. Contrasentidos y controversias del decrecimiento, o Maurizio Pallante, autor del primer manifiesto del Movimiento por el decrecimiento feliz (blog en italiano: http://decrescitafelice.it/).

Hay otras muchas lecturas recomendables para descubrir el Decrecimiento feliz: queden aquí sembradas estas semillas como invitación a cambiar muchos hábitos tóxicos, inofensivos en apariencia, pero demoledores. Tomo de Maurizio el ejemplo del yogur: “Una taza de yogur producido industrialmente y comprado a través de canales comerciales, para llegar a la mesa del consumidor recorre desde 1200 a 1500 kms, cuesta 10€/litro, necesita envases de plástico y envases de cartón, se somete a tratamientos de conservación que a menudo no permiten que la bacteria del yogur sobreviva. El yogurt auto-producido por la fermentación de la leche con colonias bacterianas apropiadas no ha de ser transportado, no requiere envases y embalajes, cuesta el precio de la leche, no tiene conservantes y es rico en bacterias sanas para el organismo. Por lo tanto, es de mayor calidad que el producido industrialmente”.

Sin embargo, entre hacer nuestro propio yogur casero, más sano y natural, y comprar el envasado, con sus colorantes y conservantes, muchos escogemos a diario la trampa danone, sabiendo que los yogures de verdad no son de colorines y que poner esos 125 grs azucarados en nuestra nevera implica transporte, camiones, gasoil, humo, plástico, basura, basura, basura.

Apliquemos esta idea a cada una de las cosas que consumimos y quizás nos reencontremos con alguna parte de nuestra felicidad secuestrada por la tarjeta de crédito y el glamour de las colonias machonavideñas. ¡Arriba las ramas!

 

Para saber más:

Latouche, La sociedad de la abundancia frugal. Contrasentidos y controversias del decrecimiento, Icaria editorial, 2012.