―¿Qué deberían hacer el oso, el lobo, el jabalí o el elefante de Botsuana en defensa propia?
Los hechos son tercos: la osa Sarousse —un ejemplar único de oso pardo, reintroducido en los Pirineos franceses en 2006, y establecida en la Ribagorza aragonesa desde 2010— fue tiroteada y muerta por un cazador. El mismo día, otro cazador abatió una segunda osa en el Parque Natural de la Montaña Palentina. Una escopeta tan torpe que, según dice, confundió a la osa con un jabalí.
Estas muertes —¿o deberíamos decir crímenes contra la biodiversidad?— se suman a otros muchos, cuya cuenta lleva la Fundación Oso Pardo, como el macho Gribouille, abatido por disparos en junio en Ariege (Francia); o el oso Cachou muerto por posible envenenamiento en Val d´Arán.
La Junta de Castilla y León ha emitido una nota patética —y casi delictiva por complicidad y encubrimiento—, calificando de «accidental» la muerte de la osa palentina; pero, ¿con qué conocimiento de causa? Una vez más —como hace con el lobo, otra especie protegida, burlando toda legalidad—, la Junta de Castilla y León se apresura a proteger al cazador, por una razón sencilla: el poderoso lobby de la caza es quien manda en esa Consejería de Medio Ambiente, a pachas con el lobby del cemento. Ni un solo gesto de condena; ni una iniciativa para perseguir al presunto infractor.
Por el contrario, la Fundación Oso Pardo, partidos como Podemos y algún procurador en Cortes, como el socialista José Luis Vázquez, han exigido una investigación policial y judicial: depurar responsabilidades y tolerancia cero frente a un lobby que dispara a todo lo que se mueve con demasiada ligereza.
La caza, como los toros, va unida a un submundo friki abanderado por un rey —ahora emérito y en el exilio—, continuador de la peor tradición borbónica, desde Carlos III hasta hoy: inmensas fincas públicas convertidas en cotos privados (donde nadie vigila las barbaridades que se hacen), armas de fuego —doscientos mil euros se gastó Juan Carlos en tres escopetas el año pasado—; dinero, mucho dinero negro y sumergido; impunidad, grandes paparotas y puterío, mucho puterío, como tan bien supo contar Berlanga.
Dirán que mezclo churras con merinas, pero es mi opinión sobre esa actividad lamentable. La especie humana sería mejor prescindiendo de matar animales por placer; porque eso son en esencia la caza y el toreo —además de un gran negocio—, formas crueles de matar animales por pura diversión y entretenimiento. Todo lo demás es hojarasca para justificar el orgasmo de un disparo; la orgía del lobo, del oso, del jabalí —o el elefante de Botsuana— desangrándose; el placer del trofeo colgado en el salón. Un placer vomitivo.
Ese lobby —empoderado en instituciones como la Junta de Castilla y León y otras— es el que disculpa el asesinato «accidental» de una osa única; y miran hacia otro lado con indulgencia. “En defensa propia”, dijo el cazador. ¿Qué deberían hacer el oso, el lobo, el jabalí o el elefante de Botsuana en defensa propia?
A pesar del olor a pólvora, la primavera avanza.
[Foto: Fundación Oso Pardo]