La Ronda El Salvador mantiene viva la tradición de las bodegas bercianas
Veníamos de Lasarte, a orillas del río Oria, de merendar en una sidrería gloriosa y de presentar un libro memorable de un berciano adoptivo, “Ángel Belza: Memorias de un Niño en Rusia”, del que hablaremos en otro momento. No recuerdo bien si habíamos ido a Lasarte por el libro o por la sidrería, o quizás fue por el paseo de La Concha, con una luna de juguete recortada al otro lado de la bahía, un belén de postal sin niño Jesús ni pastorcillos.
Al regreso paramos en La Rioja alavesa, a contemplar mis inmensos viñedos desde el Balcón de Peñacerrada; me pareció que la cosecha iba bien y allí dejé a los jornaleros, afanándose en hacer el buen vino. Carmen Rosa e Irene perpetraron unas compras de pimientos asados en La Guardia, cuyo recinto amurallado circundamos como turistas, sin serlo.
Al llegar al Bierzo, traía yo la querencia de yantar en el Alondra de Toral de Merayo, que una vez me llevó allí Javier Arias, no por la comida, que es buena, sino por las mesoneras, que son mejores. Para ir a Toral de Merayo desde Ponferrada hice lo normal en este caso, lo que haría cualquier andarín berciano: subimos por Valdueza hasta casi alcanzar el Campo de las Danzas, donde dejamos el coche en un merendero, y desde allí, por el camino del agua, o sea un destrozo que han hecho para meter la traída municipal, bajamos cantando y comiendo moras hasta Santa Lucía.
-¡Qué camino más raro para ir a Toral! -decían Irene y Carmen Rosa- ¿estás seguro de que vamos bien?
Y tan bien, regaladamente; en un par de horas estábamos en Ozuela, y aún no eran las cuatro de la tarde cuando pasamos el canal del Bierzo y nos adentramos por las calles de Toral: caramba que es grande el pueblo, y señorial, con ricas casas, modelos de arquitectura popular berciana; pero nos perdimos antes de llegar hambrientos al rabo de toro del Alondra.
Hay quien prefiere ir a Toral desde Ponferrada por ese vado metálico y temblón, que no llega a la categoría de puente, de Flores del Sil; pero no deja de ser una simpleza, pudiendo ir antes a pañar unas nueces a Santa Lucía. Al paso, le vendimiamos tres racimos deliciosos a un paisano de Orbanajo y aún tuvimos tiempo de hablar con una vecina nacida en Santa Lucía, que conserva fresco el recuerdo del pueblo antes de ser abandonado en los años sesenta.
-¡Aquí sí vivíamos bien! -nos dijo con nostalgia, y me pareció comprender el desarraigo y la estupidez de haber abandonado, por todos los rincones del Bierzo, los pueblos de nuestros abuelos.
Esa factura o fractura hace tiempo que la estamos pagando; ese desprecio de las raíces abona el terreno donde construimos con cimientos de barro el edificio de la crisis del ladrillo, que ahora se derrumba. ¡Pobre del que no sepa ir de Ponferrada a Toral pasando por Valdecañada o Santa Lucía!
La ronda más famosa del Bierzo
Al llegar a Toral de Merayo –como muchos bercianos, llevo el topónimo en los apellidos de mi abuelo Valentín Carrera Merayo-, encontramos en una bodega a la Ronda El Salvador, que es de lo que precisamente quería hablar hoy a los lectores de Bierzo 7: de la música popular y de las rondas de bodegas, que ya tardan en ser declaradas patrimonio de la humanidad, empezando por la Ronda de Toral, la mejor y más famosa del Bierzo entero, después de la de Rimor.
Bueno, no les quiero engañar: lo de dejar el coche en el pico la Guiana y bajar hasta Toral andando fue tan cierto como los 35 € del taxi para volver a buscarlo; lo de las mesoneras del Alondra y el gallo de corral está fuera de duda; lo de vendimiar las viñas del camino, al pasar el caminante, fue lo propio; pero al llegar a Toral los de la ronda estaban durmiendo la siesta.
De modo que nos compramos el disco, editado por la Junta Vecinal y Estudios Infosound, y nos trajimos la ronda entera a casa. Un tesoro, una gozada que debería estar en las casas de todos los bercianos e incluso en la de Rajoy. Basta escuchar esas voces –las voces sí de nuestros abuelos y tatarabuelos- las coplas de amor y desengaño, los himnos bercianos, y los boleros populares para que el corazón se ensanche y se llene de orgullo.
Que el agua la va llevando, Al trote de mi Alazán, Entre los verdes trigales, Tengo celos del sol porque te besa, Mira que soy cazador, Río, río… y así hasta treinta canciones que “mantienen vivo el espíritu tradicional de nuestro pueblo en las rondas de bodegas”.
Créanme, yo se las pongo todas las mañanas a mis hijas antes de ir a clase y la más pequeña ha sacado sobresaliente en Matemáticas, la mediana ya sabe asar castañas y la mayor pone las coplas en Facebook.
Ahora que tengo y comparto este arca de nuestra música popular, espero que algún día mi amigo italiano en la distancia, Mauro Corona, venga a visitarnos al Bierzo y pueda llevarle a una bodega de Toral o de Rimor, dando un largo rodeo por las faldas de aquellos tesos, y cantar juntos, abrazados a un brindis, y contarle, como él a mí sus historias del Valjont, “por aquí anduve yo de niño, a caballo, repartiendo hogazas de pan”.