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Conocí a doña Pura hace mucho tiempo en casa de unos familiares. Era la muy respetada vecina del cuarto. Una viuda elegante, con posibles, venida a menos desde la muerte temprana de Rosendo, con dos hijas gemelas, Purita y Rosenda, entonces quinceañeras, que hoy tienen nietos.

Todas las tardes, con puntualidad británica, doña Pura subía a pasar el rato con la vecina del sexto, Vicenta, que la esperaba con un café con chorrito de leche de vaca, de la que había antes de existir la leche desnatada, con omega, sin grasa, sin lactosa y sin leche.

Vicenta y doña Pura hablaban y hablaban, inagotables; a veces se sumaban otras amigas, algún familiar o una hija. Nunca vi tanta armonía y conversación tan fluida (¿de qué hablarían aquellas dos o tres horas diarias?), de modo que tengo para mí que el arte de conversar debería ser declarado patrimonio de la Humanidad y estudiado en las escuelas antes que las odiosas matemáticas, dado que nuestros hijos e hijas necesitarán mucho más aprender a hablar y a escuchar que resolver una ecuación de segundo grado.

Antes de la cena, pues no era de buena educación interferir en la vida familiar de los vecinos, doña Pura se levantaba, Vicenta la acompañaba hasta el ascensor y se despedían con dos besos y siete abrazos, como si no fueran a verse en un año.

A la media hora de reloj, mal contada, sonaba el timbre y aparecía una de las hijas, tal vez Purita, tal vez Rosenda, avergonzada; y en voz baja, a escondidas, le daba a Vicenta una cucharilla de plata.

—Perdone, la llevó mi madre sin querer…

Vicenta sonreía y quitaba importancia al asunto. A veces era una taza del juego de café, una bandeja de alpaca renegrida, incluso llegó a hurtar un cojín del tresillo, pero todos los días faltaba algo. Doña Pura era cleptómana y todos sabían de su candor, de modo que sus hijas devolvían puntualmente lo que la buena señora robaba a escondidas, y a pesar de tanta inocencia, no podían evitar cada día, y un día tras otro, sentir vergüenza y enrojecer sus mejillas.

Me he acordado de doña Pura a propósito de la familia Pujol, cuyos hijos veo correr sonrojados a devolver lo que Jordi y doña Marta han robado a sacos llenos, al frente de una banda de cleptómanos.

La Nueva Crónica, 7 de septiembre de 2014
Viñetas Don Cleptómano,  de Mirco Repetto Blog Costalito
Rap: Cleptomanía, blog La celda de Bob