—“O imaxinario do país” es el fondo de ojo de un clásico, escrito con letras de magnesio.
En este verano maleducado de 2018, igual a todos los veranos maleducados de las últimas décadas, el fotógrafo Anxo Cabada ha levantado un formidable manual de elegancia y buenas maneras, un alegato artístico contra todos los vicios y excesos de este tiempo choni que nos ha tocado vivir: desde la comida basura hasta la televisión estiércol, pasando por la política bazofia.
La Cartilla moderna de urbanidad de 1929 —para niños, había otra para niñas— que ojeo antes de hablarles de fotografía, eleva como prendas de la buena educación el aseo, la sencillez, la modestia, la fidelidad, la verdad e incluso la piedad. De todo ello tienen un poco y un mucho los cincuenta retratos a otras tantas autoras y autores gallegos que Anxo Cabada expone estos días, hasta el 9 de septiembre, en la Casa das Artes de Vigo.
Un poco y un mucho de piedad angelical, porque muchos de los retratados, incluyendo el que suscribe, nunca tan guapos se vieron ni tan felizmente convertidos en arte. Que el conjunto de los cincuenta retratos represente “O imaxinario do país”, es una decisión del autor que no puedo objetar, aunque diré sin remilgos que me sobran los textos que acompañan a las cincuenta fotos y me quedo a solas con la fotografía desnuda y verdadera.
Aparto la cartilla de urbanidad y despliego sobre la mesa obras de Doisneau, Smith o Cartier-Bresson, en busca de referentes simbólicos para la fotografía de Anxo Cabada. Todos ellos trabajaron con maestría el blanco y negro, en algún caso porque aún no existía el color. Escojo el conocido retrato del Che Guevara de Alberto Korda (1960), la mirada que traspasa la historia, o, por qué no, el de Ingrid Bergman, retratada por Robert Capa, con quien tuvo un romance, en 1945.
Ella reclina la cabeza sobre un sofá, la melena ondulada, y mira al cielo entre desvalida y ansiosa, ofreciendo a la cámara la yugular de un cuello poderosamente erótico, que el disparo certero de Capa no perdona.
Si digo que excuso los textos literarios —con el máximo respeto a los cincuenta escritores y escritoras escogidos por Cabada para trazar su propio retrato daliniano de un imaginario Lincoln gallego—, es para acompañar mejor al artista en su camino hacia la sencillez, por seguir sus pasos sigilosos que crean luminosidad a partir de la materia de sombras (título de un libro suyo anterior). “O imaxinario do país” (Diputación de Pontevedra, 2018) continúa la estela en blanco y negro de los retratos del mar, de las maregrafías y terragrafías, y de toda la obra anterior de Anxo Cabada, a la que da otra vuelta de tuerca, exprimiendo brillos y matices, destellos de magnesio.
Cojamos el retrato de Chus Pato, la poeta que acompasa su corazón al lento crecimiento de los carballos: la sencillez desarma al espectador, es imposible sostenerle la mirada, los dedos deshilachando el pelo despejan una frente sin mentiras. El rictus de Yolanda Castaño, ¿pide piedad o reta? ¿Y la sonrisa que no llega a serlo de Darío Xohán Cabana, preñada de humor e ironía contenida?
Y todo así, cada pieza única de esta colección de imaginarios: la fragilidad de cuarzo de Eva Veiga, retratada con la mirada baja, íntima, que quiere ser regazo, acaso maternal; tan distinta de la desafiante Antía Otero o de la alegría chispeante de María Xosé Queizán.
Iolanda Zúñiga posa divertida; Ramón Caride se tapa la boca con gesto de niño travieso, Ferrín es el pensador fronterizo de Rodin; Carmen Blanco, la tragedia clásica; Deborah Vukusic, la tentación que vive en la página de al lado.
Si tuviera que escoger solo uno de los cincuenta retratos, me quedaría con el de Manuel Forcadela: resume las virtudes del manual de urbanidad y buenas maneras: el aseo, la sencillez, la modestia, la fidelidad, el amor a la verdad. En un entorno de flatulencias fotográficas, de selfies grasientos y sudados, de intoxicaciones con y sin filtro en las redes sociales, de imposturas veganas retocadas, de tanta fotografía falsa y de tanto postureo, pararse a contemplar este retrato clásico es respirar oxígeno.
Me parece que este es el camino estético que va recorriendo mi querido amigo Anxo Cabada, y el lujo para mí es seguir sus pasos y compartirlo: un sendero en blanco y negro que cruza las estancias luminosas o sombrías de los clásicos en busca de su propia luz, teniendo que atravesar incluso las sentinas de la cultura oficial y provinciana, cada día más viejuna y siniestra.
“O imaxinario do país” de Anxo Cabada es mucho más que un poliedro poético y literario. Es el anticipo incómodo, inquietante, de un proyecto secreto, borgiano y daliniano, en el que Anxo nos obliga a contemplar nuestras arrugas —las de la cara y las del alma— más allá de cualquier mirada complaciente o servil. El fondo de ojo de un clásico, escrito con letras de magnesio.
Web: Anxo Cabada