—Las ciudades son las principales responsables del calentamiento global.
—Asfalto y cemento revientan el ciclo hidrológico y reducen la biodiversidad.
Concluimos en esta tercera entrega el análisis, a vista de pájaro, del modelo de ciudad sostenible propuesto en la Carta para la Planificación Ecosistémica de Ciudades y Metrópolis, documento elaborado por la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona. Un modelo teórico —el Urbanismo Ecosistémico— basado en quince principios que conforman la nueva ciudad verde.
Una ciudad humanizada y humanista en la que las personan recuperan el centro de un tablero de juego, cuyas casillas serían las nuevas células urbanas, las Supermanzanas. Pasar de la ciudad actual, en la que los coches ocupan y dominan más del 80% del espacio público, a una ciudad verde, significa un importante cambio de hábitos, usos y valores.
Este cambio de chip —ciudad paseable donde solo había coches aparcados y tubos de escape humeantes en semáforos ineficientes con derroche energético insostenible— nos encamina hacia las Smart Cities o Ciudades Inteligentes, basadas en la hiperconectividad de la era digital, en el uso inteligente y eficiente de las nuevas tecnologías, al servicio de las personas.
La perfección ecológica del modelo vendrá de multiplicar en las ciudades reformuladas o regeneradas la superficie verde y la biodiversidad: reverdecer las ciudades.
Nuestro actual disparate energético es insostenible: ciudades-asfalto recalentadas, edificios térmicamente tontos (cerrados al sol y a la luz del día, caros, de alto consumo eléctrico), por no hablar de la sinrazón del laberinto de calles, parkings y semáforos en los que consumimos medio depósito y media vida.
La ciudad verde significa repensar, y rehacer —como extraer una gota de tinta de una bañera de agua limpia— el suelo, la calidad del aire y del agua, el clima y el régimen hidrológico. Por ejemplo: a diferencia del campo o del bosque, el suelo urbano es impermeable, lo que genera un problema de desagües, cuando no de riadas desastrosas: la Carta propone reservas de suelo permeable, un mosaico vede de interconexión entre parques, jardines, espacios intersticiales, interiores de manzana, cubiertas verdes y calles liberadas del tráfico.
Mientras el asfalto y el cemento revientan, por decirlo gráficamente, el ciclo hidrológico, la red verde regula de modo natural la lluvia, la humedad, el calor, en resumen, el confort ambiental. El infierno de la Castellana en agosto es más llevadero, sin ir muy lejos, en el corazón del parque del Retiro.
Pero no se trata de tener uno o dos parques del Retiro, ni siquiera las 142 ha de Hyde Park, preservados como islotes verdes en mitad de un basurero, sino de transformar toda la ciudad, de restablecer la conexión profunda del ser humano con la Naturaleza —la biofilia, en expresión del biólogo E. O. Wilson—, rota por el actual urbanismo, y satisfacer así nuestra necesidad de ser y estar en la Naturaleza.
Hablamos, por tanto, de regular los usos urbanos en favor de huertos y parques agrarios, de cinturones y entramados verdes y azules —pienso, por un momento, en la red de canales de agua de Isfahan—, un tejido en el que sea viable la biodiversidad. “Se propone —dice la Carta, definiendo la Supermanzana— que todos los residentes tengan acceso a menos de 300 metros de distancia a un espacio verde mayor de 1.000 m2; y que tengan acceso, a menos de 750 metros, a un espacio de 10 ha. Se propone que todos los tejidos urbanos alcancen los 9 m2/hab. de superficie verde”.
Solo estos parámetros —que no son utópicos sino imprescindibles— permitirán ciudades con autosuficiencia energética. Una vez más, el modelo actual es insostenible: las ciudades son enormes sumideros de energía y emisores del 75% de los gases con efecto invernadero, “son las principales responsables del calentamiento global de la atmósfera”. La Carta propone un sistema energético descentralizado, eficiente, limpio, renovable y seguro, basado en conceptos de ahorro, eficiencia y generación local a partir de fuentes renovables: viento, captación solar, geotermia, mareas, biomasa, con estrategias de ahorro, frente a la ciudad actual cuyo modelo de consumo de energía se basa en el derroche. Hay alcaldes trasnochados y tal vez patéticos que incluso presumen de ese derroche, del que deberíamos avergonzarnos.
Frente al despilfarro, la ciudad verde requiere un nuevo metabolismo digestivo basado en las 3R: reducción, reutilización y reciclaje. Es incoherente hablar de combatir el cambio climático y el calentamiento global con ciudades globalmente recalentadas, en ebullición tóxica. El urbanismo ecosistémico pasa por edificios más sostenibles y por políticas de cohesión social frente a la exclusión. La desigualdad tampoco es ecológica.
Necesitaríamos un ensayo para cada uno de los 15 principios y los 45 indicadores de la Carta; quedan expuestos a uña de caballo como invitación a su estudio, dirigida a todos los urbanitas, pero en especial a arquitectos, constructores, urbanistas, médicos, ecologistas, y cómo no, alcaldes y concejales, incluidos los que tienen la cabeza, o la cuenta corriente, asfaltada.
Ahora que se avecina la tormenta electoral de mayo, quizás podríamos exigir a partidos y candidatos que incorporen a sus programas los ejes del Urbanismo Ecosistémico, premiar con nuestros votos a los que defiendan una ciudad verde y castigar con indiferencia a los que ponen macetas de flores —flores aprisionadas en ataúdes de cemento— en mitad del basurero.
Para saber más:
—Web Carta para la Planificación Ecosistémica.
—Agencia de Ecología Urbana de Barcelona.
—La Supermanzana.
—Nine Innovators to Watch in 2019.
—The New York Times: Barcelona, la ciudad del futuro.
—Virgin: Richard Branson about BCN superblocks.
—POD CAST Ciudad Hub: Supermanzanas, urbanismo para los ciudadanos.
Foto portada: BCN por Daniel Rodrigues para The New York Times.
Documental La escala humana (2014):