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En cuanto tuve diez años, me dejó su máquina de escribir, la Hispano Olivetti M40 de teclas redondas negras y plateadas: corregía mis artículos y veía en ellos ecos de sus pasos como periodista en La Nueva España de Oviedo, en los años 40, recién llegado del seminario de Astorga para estudiar Derecho.
Desde niño me llevó a conocer El Bierzo: Compludo, Médulas, Valle del Silencio, y me enseñó el amor a la tierra, que sigo practicando. Berciano cosmopolita, viajó por medio mundo y despertó en mí la pasión por los viajes.
Me dejó sus libros de latín y en sus hojas otoñales me legó impregnada la afición a la lectura, que seguimos cultivando ambos como el primer día. También labramos juntos la huerta del Cristo y aprendí a tener hoy mi propio huerto; no aprendí técnicas, sino el apego a las raíces: su maestro Cicerón afirmaba que el agricultor es un hombre libre.
Libre y respetuoso, nos dio a todos, y nos sigue dando, la lección del respeto; es una persona educada y respetuosa consigo mismo y con los demás. Nunca me obligó a ir a misa, ni violentó mi voluntad o mi opinión, y sé que sufrió cuando otros lo hicieron. Nunca fue autoritario, sino comprensivo y cabal. Podría haber ganado dinero, en tiempos de trapalladas, pero nunca le interesó perder la honradez. Hubiera sido un buen alcalde de Ponferrada, pero rehuyó la batalla política y no pisó el fango, sin renunciar a sus ideales.
Le he visto disfrutar intensamente de la vida, de su vocación como abogado, de la familia, dejándose llevar agradecido, apreciando lo bueno de cada instante, generoso con todo y con todos, siempre con una palabra amable. Le he visto sobrellevar el dolor y la enfermedad con paciencia, también con una sonrisa, sin quejarse, aceptando el destino con la quietud de un santo varón.
Sé que un día se irá como ha vivido, sin molestar a nadie, con elegancia: quisiera en esa hora parecerme a él y aprender de su ejemplo; pero no deseo escribir necrológicas, sino cartas de aniversario en vida y cartas de vida en cada aniversario: saber que se nos escurre el instante y decir a tiempo esas cosas bonitas que a veces se escriben demasiado tarde. Por eso, quiero dar las gracias por su ejemplo a un hombre bueno que esta semana cumplió 88 años. Nació en San Román de Bembibre el 3 de diciembre de 1925. Tomás González Cubero, mi padre.

 

[Foto: Tomás González Cubero, el día en que recibió la Medalla de Oro del Colegio de Abogados de León, en 2004]