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Perdonen si les hablo de cosas sin importancia: tienen ustedes el resto del periódico para los grandes asuntos de Estado: el Real Madrid, Artur Mas, el crimen de Asumta y la subida del paro. En esta columnita de mis amores, hablamos de jilgueros y pardales picoteando en la higuera.

El caso es que Elena, a quien no conocía, me contactó en Facebook: “Hola, soy berciana y, después de muchos años viviendo en Holanda, acabo de abrir una artesanía textil en Villafranca, me gustaría participar en Bierzo Innova y Emprende”.

La emigración siempre me ha merecido respeto: alguien que se ha labrado un futuro lejos trabajando duro y vuelve a casa, a invertir en su pueblo los ahorros de toda una vida, es admirable. Me fui a visitar a Elena, la holandesa errante.

Me miró sonriente y me sacó por la pinta, que decimos:
—Tu cara me suena.
—Pues yo no caigo…
—Nosotros vivíamos en Ponferrada, en la avenida de la Puebla.

Dos preguntas más y cuadramos el sudoku:
—¿De qué año eres? –disparó ella primero, yo no me hubiera atrevido.
—Del 58.
—Yo también.
—¿Instituto Gil y Carrasco?
—Concepcionistas. Pero tenemos que conocernos: yo te he visto antes.
—Lo dudo. En aquella época los niños nunca jugábamos con las niñas. ¿Cómo te apellidas? –pregunté, por si acaso.
—López, no creo que te suene –dijo Elena con modestia, y añadió con orgullo–: mi padre era Antonio Pedro López Rodríguez, pero su nombre no te dirá nada.

El corazón me dio un vuelco y miré a Elena emocionado:
—¿Tú sabes la de cartas que le he llevado yo en mano a tu padre? Era el procurador del mío, Tomás González Cubero, trabajaban juntos. ¿Tú sabes la de cartas que le he llevado? Un sobre diario durante años, siempre primorosamente mecanografiado en la Olivetti: «D. Antonio Pedro López Rodríguez. Procurador de los Tribunales». Tu padre y el mío se querían y se respetaban.

Si ven a un niño en pantalones cortos corriendo por la avenida de la Puebla, no le entretengan, es el cartero.

La Nueva Crónica, 4 de octubre de 2015