―Fragmentos inéditos de los 100 días confinado en la isla de El Hierro
―Por el camino voy cantando: basalto lava escoria piroclasto toba pumita; basalto lava escoria piroclasto toba pumita
(…) Tras una hora caminando, llego al final del sendero y me siento a descansar a la orilla del mar, frente al roque de los Puentes. Saco mi moleskine y anoto. Esta roca es redonda como guijarro de río, pulida por la erosión: la acaricio y resulta suave al tacto, sólida, compacta, su piel de basalto es tersa y limpia. A su lado, otra roca de un gris ligeramente distinto está agujereada como un queso de Gruyere: ¿qué implosión, qué explosión, qué extrusión, qué fuerzas hicieron posible estos laberintos tallados en la roca? Poso los pies sobre unas cenizas rojas, y un poco más allá, lo que quisiera ser playa se acerca a la orilla en forma derretida, un pan de broa, maíz y centeno, desmigajado sobre el mantel.
El mantel es el azul interminable: la lámina de agua que alcanza mi vista desde esta orilla donde estoy sentado hasta la línea perfecta del horizonte. Un mantel azul, limpio, reluciente, recién estrenado cada mañana, sobre el que alguien ha colocado un salero vertical, el roque de las Gaviotas; bajo ese mantel, nadan y comen los alfonsiños…